La muda encarnación (1993) comienza con una cita de Nietzche de la que Colombo se apropia
invirtiendo su dirección ideológica: “La mujer sigue siendo gata o pájaro. O,
en el mejor caso, vaca”. A la animalización, que impregnaba de visceralidad a
los personajes arrabaleros del Blues del amasijo (1985), se le
viene a sumar ahora una personificación de las bestias simbólicas de la Patria
Grande: la vaca y el caballo (312). La oralidad
coloquial viene a mezclarse fluidamente con un culturalismo paisajístico que
lee el campo argentino a través de los ojos pictóricos de El Bosco o Bruegel, y
se aleja así del populismo. Del arrabal a la pampa, Colombo trabaja incansable
sobre un imaginario folclórico herido de muerte. Una “pobre mortal montura”
enamora al “eterno caballo” del poema IV; los poemas VI y VII cuentan la
“Caída” y la “Muerte de la vaca ancestral”. Las voces de Colombo funcionan como
un mecanismo corruptor de símbolos nacionales: Una orquesta de almas/
desafinadas voces/ en mi oído absoluto” (pp. 41-42). El poemario narra
la agonía de lo infinito, de la eternidad de la pampa, retratada en todo lo que
hay en ella de contingente: aperos, animales, detalles del paisaje. Como
contraposición a la pampa aparece el gallinero, signo de una culpa, de una
podredumbre de los cuerpos en la que aún resuenan los ecos de la dictadura.
Dios está enfermo, como el día que nació César Vallejo, y se multiplican las
zanjas, los huecos, las fisuras, los agujeros (313). El
no-ser atraviesa todo el libro: la vaca y la gallina existen en negativo, condenadas
a una “condición de alverre” (sic), son “las que no” frente al perpetuo “soy el
que” del gallo, de lo masculino (314).
De forma más explícita que en el Blues del amasijo, la multitud de
personajes, registros y voces que atraviesan La muda encarnación son
máscara de un vacío, de una pérdida del cuerpo y de la palabra, como apunta ya
el libro desde su título (315). El disfraz que persiste
en la poesía de la década anterior revela ahora con más claridad su naturaleza:
se convierte en sudario. Como indica una cita bíblica (316),
“el vacío de su yo”, “las entrañas huecas” (pág. 50) de la madre proceden de la
inexistencia (¿desaparición?) del hijo (pág. 51), (317):
oh figlia del tuo figlio
ese sudario
envuelve
el vacío de todos tus huevos.
En el último poema, titulado como el texto vallejiano “Espergesia”, se abre
paso sin embargo la esperanza: ante un dios ausente, la salvación llega a
través de la representación. En escena, bajo los reflectores, el vacío se
vuelve eficaz. No hay más certidumbre que esa.
quiero el agua
del paraíso, dice, alba
blanca, pura luz mirando el
reflector dice llena
luna sin culpas
el balde de mi alma
hasta el colmo
como quien toma del gollete
celestial actriz finge
la gota terrenal cuando
enjuga con la punta
del manto una sed de rocío: ella
cree en la eficacia
del vacío y representa
la escena pensada por dios
para salvarnos (318)
Del final de La
muda encarnación nace el siguiente libro de Colombo, La
familia china (1999), donde los personajes pasan de alternar sus
registros y voces poéticas a cobrar la personalidad y presencia de caracteres
teatrales (319). Estructurado en una serie de estampas en
prosa poética, este último libro dinamita en su baile intergenérico al yo
confesional de la lírica.
En El hacedor (1960) de Borges, Shakespeare se dirige a Dios
para decirle: “Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo
(pág. 1989,182). Para Colombo, el único ser en vano es el ser único. De ahí que
refuerce la multiplicidad del yo en el poema, que lo disfrace siempre de nuevo.
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(312) El diálogo con Oliverio Girando es en este punto
claro. Casi podríamos leer el siguiente extracto de Espantapájaros (1932)
como un intertexto cómico de la cita de Nietzche: “¿Verdad que no hay
diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las
nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?” (1986, pp. 66,67). Lejos del
humorismo de Girondo, la personificación de Colombo tiene una vocación
dramática que nos hace pensar en otro gran maestro de la locución animal,
Horacio Quiroga, que con frecuencia dotaba a sus bestias de un halo trágico muy
lejano al tono de la fábula tradicional.
(313)Vallejo escribió en “Espergesia”, el famoso poema de Los
heraldos negros (1918) con el que dialoga Colombo: “Hay un vacío/ en
mi aire metafísico/ que nadie ha de palpar” (1985, 49). El origen incierto del
vocablo “espergesia” (relacionable quizás con el latín expergiscor, “volver en
sí, despertar”), apunta más bien a un neologismo del infinito idiolecto
vallejiano.
(314) Resuena en estas fórmulas un episodio de La
Biblia: al arder la zarza frente a Moisés, se escuchó una voz que decía “yo
soy el que soy” (Éxodo 3:1-417. Estas palabras fueron sagazmente alteradas por
Cervantes quien, frente a un labrador, hace proferir a su maltrecho Quijote un
“yo sé quién soy” (parte I; Cap. V). Shakespeare parece glosarlas igualmente en Hamlet,
cuyo protagonista afirma: “I am myself” (“yo soy yo mismo”), acto 3,
escena I, y en Otelo, donde Yago afirmaba: “I am not what I am”(“yo
no soy lo que soy”), acto 1, escena I.
(315) Para el cristianismo, la encarnación es el misterio y
el dogma de la palabra hecha carne. Visto A la luz de esta definición, el
título de Colombo se torna en contrasentido. Algo que deja de ocurrir si
atendemos a los efectos del trauma de la dictadura en la producción cultural
argentina de los años 80. Las consecuencias poéticas de la imposibilidad de ver
y su derivación en una imposibilidad de hablar han sido estudiadas en varios
artículos por Jorge Monteleone (ver bibliografía).
(316) Las referencias bíblicas atraviesan todo el libro –de
nuevo desde el título— con una presencia que alterna lo amenazante y lo cómico:
“tú (eres) la que no/ ahora y en la hora” o “polvo eres” (pág. 53);
"pecadores y justos/ en un libro de calles/ dispersas” (pág. 35); “ora pro
nobis” (pág.37); “creo en/ la Ponedora/ purísima del casto/ huevo celestial”
(pág. 47). De hecho en la segunda parte del poemario pueden seguirse las
huellas argumentales del “misterio de la encarnación”: la presencia de la
virgen (pág. 33), la anunciación (pág. 37), el propio misterio: “un hechizo/ no
puede despertar// a las hondas de montaña/ ave luz ave dios/ por qué serás tan/
alto en el vientre…” (pág.32).
(317) Muchos años después pero en clara sintonía con
Colombo, Diana Bellessi escribirá: “Nacen esas madres/ de esos hijos y después/
se quieren ir” (2005). Las madres reiben de sus hijos la “Herencia” (así se
titula el poema) de la rebelión. Este nacer de los hijos se lo debe todo, sin
duda, a las Madres de Plaza de Mayo, que hicieron un eslogan de esta nueva
forma de materinidad.
(318) Colombo, 1993, pág. 59.
(319) Como prueba del carácter anfibio del poemario, hay que
decir que varios de sus fragmentos fueron adaptados al teatro y representados
en los años 1999-2000 en los Festivales de Teatro del Centro Cultural Ricardo
Rojas de Buenos Aires.
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* Fragmento
extractado de Carnaval negro: Veinte poetas argentinas de los años 80,
(págs. 493 a 496), texto correspondiente a la tesis doctoral de la docente e
investigadora española Erika Martínez Cabrera (dirigida por el doctor Álvaro
Salvador Jofré), de la Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras
del Depto de Literatura Española.
** Erika
Martínez Cabrera es docente e investigadora de la Universidad de
Granada. Entre sus diversos trabajos se encuentran: “La narrativa breve de
Silvina Ocampo”, “Dos ventanas, una luz: la prosa de Sor Juana y Santa Teresa
de Jesús; “El ser invisible. Poesía argentina de los años 80, escrita por mujeres”.
**María del Carmen
Colombo (1950, Buenos Aires). Ha publicado: La edad
necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues
del amasijo y otros poemas (1992, reedit. 1998); La muda encarnación (1993,
reedit. 2006) y La familia china (1999, reedit. 2006); además
publicó Santo y Seña (publicación conjunta, 1984) y Folletín (Plaquetas del
Herrero, 1998). Editó además Los sueños del agua, poemas para niños. Ha
recibido, en otros, el Primer Gran Premio de Poesía V Centenario (1992) y
Mención Especial del Premio Nacional de Poesía, Producción 1996-1999 (2005).
Integra antologías de poetas argentinos editadas en el país y en el extranjero
-Puentes/Pontes (Fondo de Cultura Económica, 2003), y 200 años de Poesía Argentina, Ed. Alfaguara).
Colabora en diarios y revistas. Desde 1980 coordina talleres literarios. Integra el Consejo Editorial de Hilos Editora.
De forma más explícita que en el Blues del amasijo, la multitud de personajes, registros y voces que atraviesan La muda encarnación son máscara de un vacío, de una pérdida del cuerpo y de la palabra, como apunta ya el libro desde su título (315). El disfraz que persiste en la poesía de la década anterior revela ahora con más claridad su naturaleza: se convierte en sudario. Como indica una cita bíblica (316), “el vacío de su yo”, “las entrañas huecas” (pág. 50) de la madre proceden de la inexistencia (¿desaparición?) del hijo (pág. 51), (317):
oh figlia del tuo figlio
ese sudario
envuelve
el vacío de todos tus huevos.
En el último poema, titulado como el texto vallejiano “Espergesia”, se abre paso sin embargo la esperanza: ante un dios ausente, la salvación llega a través de la representación. En escena, bajo los reflectores, el vacío se vuelve eficaz. No hay más certidumbre que esa.
quiero el agua
del paraíso, dice, alba
blanca, pura luz mirando el
reflector dice llena
luna sin culpas
el balde de mi alma
hasta el colmo
como quien toma del gollete
celestial actriz finge
la gota terrenal cuando
enjuga con la punta
del manto una sed de rocío: ella
cree en la eficacia
del vacío y representa
la escena pensada por dios
para salvarnos (318)
En El hacedor (1960) de Borges, Shakespeare se dirige a Dios para decirle: “Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo (pág. 1989,182). Para Colombo, el único ser en vano es el ser único. De ahí que refuerce la multiplicidad del yo en el poema, que lo disfrace siempre de nuevo.
(313)Vallejo escribió en “Espergesia”, el famoso poema de Los heraldos negros (1918) con el que dialoga Colombo: “Hay un vacío/ en mi aire metafísico/ que nadie ha de palpar” (1985, 49). El origen incierto del vocablo “espergesia” (relacionable quizás con el latín expergiscor, “volver en sí, despertar”), apunta más bien a un neologismo del infinito idiolecto vallejiano.
(314) Resuena en estas fórmulas un episodio de La Biblia: al arder la zarza frente a Moisés, se escuchó una voz que decía “yo soy el que soy” (Éxodo 3:1-417. Estas palabras fueron sagazmente alteradas por Cervantes quien, frente a un labrador, hace proferir a su maltrecho Quijote un “yo sé quién soy” (parte I; Cap. V). Shakespeare parece glosarlas igualmente en Hamlet, cuyo protagonista afirma: “I am myself” (“yo soy yo mismo”), acto 3, escena I, y en Otelo, donde Yago afirmaba: “I am not what I am”(“yo no soy lo que soy”), acto 1, escena I.
(315) Para el cristianismo, la encarnación es el misterio y el dogma de la palabra hecha carne. Visto A la luz de esta definición, el título de Colombo se torna en contrasentido. Algo que deja de ocurrir si atendemos a los efectos del trauma de la dictadura en la producción cultural argentina de los años 80. Las consecuencias poéticas de la imposibilidad de ver y su derivación en una imposibilidad de hablar han sido estudiadas en varios artículos por Jorge Monteleone (ver bibliografía).
(316) Las referencias bíblicas atraviesan todo el libro –de nuevo desde el título— con una presencia que alterna lo amenazante y lo cómico: “tú (eres) la que no/ ahora y en la hora” o “polvo eres” (pág. 53); "pecadores y justos/ en un libro de calles/ dispersas” (pág. 35); “ora pro nobis” (pág.37); “creo en/ la Ponedora/ purísima del casto/ huevo celestial” (pág. 47). De hecho en la segunda parte del poemario pueden seguirse las huellas argumentales del “misterio de la encarnación”: la presencia de la virgen (pág. 33), la anunciación (pág. 37), el propio misterio: “un hechizo/ no puede despertar// a las hondas de montaña/ ave luz ave dios/ por qué serás tan/ alto en el vientre…” (pág.32).
(317) Muchos años después pero en clara sintonía con Colombo, Diana Bellessi escribirá: “Nacen esas madres/ de esos hijos y después/ se quieren ir” (2005). Las madres reiben de sus hijos la “Herencia” (así se titula el poema) de la rebelión. Este nacer de los hijos se lo debe todo, sin duda, a las Madres de Plaza de Mayo, que hicieron un eslogan de esta nueva forma de materinidad.
(318) Colombo, 1993, pág. 59.
(319) Como prueba del carácter anfibio del poemario, hay que decir que varios de sus fragmentos fueron adaptados al teatro y representados en los años 1999-2000 en los Festivales de Teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas de Buenos Aires.
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