El texto que se
transcribe a continuación corresponde a la ponencia leída en ocasión del
encuentro de poetas argentinas y
españolas, realizado en el mes de agosto de 2006, en el Centro Cultural de
España en Buenos Aires (CCEBA, Florida 943).
Por María del Carmen Colombo
“En la resonancia –dice Bachelard— oímos el poema, en
la repercusión, lo hablamos, es nuestro”: sonidos que fluyen hacia nosotros,
que identificamos oyéndolos en otra voz, tonos y ritmos, música que
institivamente reconocemos: in-fluencia, entonces, ese modo de encuentro.
Así entendido el significado de esta palabra, puedo decir
respecto de los poetas españoles, que son muchos los que me han conmovido:
entre los clásicos, por ejemplo, Quevedo; más cerca, Juan Ramón Jiménez, y de
la generación de la posguerra, Gloria Fuertes, Blas de Otero, Angel González,
Cernuda también. Pero como in-fluencia, en el sentido que doy a esta palabra,
identifico claramente dos: una, temprana y entrañable, proveniente del registro
oral, relacionada con los poetas populares españoles que cantaron en lengua
gallega, y otra, mucho más tardía, derivada de la lengua escrita, la del poeta
García Lorca, el Lorca de Poeta en Nueva York.
En cuanto a la primera, fue la voz de mi madre que me acercó desde las dulces cántigas de cuna ("durme meu menina durme/ durme se queres durmir") y las graciosas cadencias de las coplas ("vexo Cangas, vexo Vigo/, tamén vexo Redondela/, vexo a Ponte de Sampaio/, camiño da nosa terra"), hasta los punzantes acentos, irónicos, burlones, del cancionero popular de Galicia ("vaite lavar, porcona/ vaite lavar/ se non che chega o río/ tirate o mar").
Canción que calma pero al mismo tiempo hiere, decir que sueña pero también despierta, el canto de mi madre evocaba así, en aquellos días de mi infancia, los intensos contrastes de un paisaje lejano –ternura de vergel, aspereza de la piedra--, el que habitaron sus antepasados, campesinos pobres de Pontevedra retomando, sobre todo, los tonos de lamento y desafío de esa provincia “humillada” de España, según palabras de mi abuela materna; y que alguna vez descubrí, también por obra de mi madre, en la voz de otra mujer y poeta, Rosalía de Castro, ("Castellanos, castellanos,/ tratad bien a los gallegos/ cuando van, van como rosas, /cuando vuelven, como negros").
En aquellos tiempos, digo, cuando gracias a “un entender no entendiendo” mis oídos, directamente, a través de esa musicalidad, asimilaban no sólo el sentido literal de las palabras, imaginaban además, ese otro sentido, que cava profundo en la memoria --avatares de la historia de una región, de los pensamientos y sentimientos de un pueblo, de sus supersticiones y arcaicas creencias--. “El problema de uno, padecido por muchos”, al decir de Enrique Santos Discépolo: vivencias de antiguas exclusiones y sometimientos --linguísticos, culturales, sociales— que la experiencia --exilio y desarraigo-- de la inmigración al Río de la Plata actualizó en aquellos argentinos “esforzados”, integrantes de la “plebe ultramarina” de la que hablaba Lugones, y que poblaban los suburbios del Río de la Plata. Nostalgiosos y melancólicos por todo lo perdido, acomplejados ante la lengua y la cultura, y rebeldes, también, e impregnados de un orgulloso resentimiento regional, que se sintieron representados, como mi abuela y mi madre, por el sentimentalismo romántico de Le Pera –"sus ojos se cerraron/ y el mundo sigue andando"— y el amargo reflexionar de Discepolín, en cuyos versos escucharon repicar los acordes de un Garcilazo: "Fiera vengaza la del tiempo/ que le hace ver deshecho lo que uno amó".
Creo a esta altura que el vaivén rítmico de la canción materna, signó oscura y contradictoriamente la orientación de mi escritura hacia el paisaje de la ciudad de Buenos Aires, el habla de su gente, la lengua coloquial, y sobre todo la canción popular –en un amasijo que incorpora los sones del gauchesco y del tango, del rock y de la cumbia fusionados con la lengua literaria--.
En cuanto a la primera, fue la voz de mi madre que me acercó desde las dulces cántigas de cuna ("durme meu menina durme/ durme se queres durmir") y las graciosas cadencias de las coplas ("vexo Cangas, vexo Vigo/, tamén vexo Redondela/, vexo a Ponte de Sampaio/, camiño da nosa terra"), hasta los punzantes acentos, irónicos, burlones, del cancionero popular de Galicia ("vaite lavar, porcona/ vaite lavar/ se non che chega o río/ tirate o mar").
Canción que calma pero al mismo tiempo hiere, decir que sueña pero también despierta, el canto de mi madre evocaba así, en aquellos días de mi infancia, los intensos contrastes de un paisaje lejano –ternura de vergel, aspereza de la piedra--, el que habitaron sus antepasados, campesinos pobres de Pontevedra retomando, sobre todo, los tonos de lamento y desafío de esa provincia “humillada” de España, según palabras de mi abuela materna; y que alguna vez descubrí, también por obra de mi madre, en la voz de otra mujer y poeta, Rosalía de Castro, ("Castellanos, castellanos,/ tratad bien a los gallegos/ cuando van, van como rosas, /cuando vuelven, como negros").
En aquellos tiempos, digo, cuando gracias a “un entender no entendiendo” mis oídos, directamente, a través de esa musicalidad, asimilaban no sólo el sentido literal de las palabras, imaginaban además, ese otro sentido, que cava profundo en la memoria --avatares de la historia de una región, de los pensamientos y sentimientos de un pueblo, de sus supersticiones y arcaicas creencias--. “El problema de uno, padecido por muchos”, al decir de Enrique Santos Discépolo: vivencias de antiguas exclusiones y sometimientos --linguísticos, culturales, sociales— que la experiencia --exilio y desarraigo-- de la inmigración al Río de la Plata actualizó en aquellos argentinos “esforzados”, integrantes de la “plebe ultramarina” de la que hablaba Lugones, y que poblaban los suburbios del Río de la Plata. Nostalgiosos y melancólicos por todo lo perdido, acomplejados ante la lengua y la cultura, y rebeldes, también, e impregnados de un orgulloso resentimiento regional, que se sintieron representados, como mi abuela y mi madre, por el sentimentalismo romántico de Le Pera –"sus ojos se cerraron/ y el mundo sigue andando"— y el amargo reflexionar de Discepolín, en cuyos versos escucharon repicar los acordes de un Garcilazo: "Fiera vengaza la del tiempo/ que le hace ver deshecho lo que uno amó".
Creo a esta altura que el vaivén rítmico de la canción materna, signó oscura y contradictoriamente la orientación de mi escritura hacia el paisaje de la ciudad de Buenos Aires, el habla de su gente, la lengua coloquial, y sobre todo la canción popular –en un amasijo que incorpora los sones del gauchesco y del tango, del rock y de la cumbia fusionados con la lengua literaria--.
Mucho tiempo después, y justamente mientras escribía
los textos de mi segundo libro Blues del amasijo, esa búsqueda me
condujo hacia el Lorca de Poeta en Nueva York. En realidad, en esa
lectura apasionada que hice de sus textos lo que me conmovió fue la capacidad
del poeta de fusionar magistralmente la lírica popular con los recursos de la
vanguardia: esa música proveniente de una versificación que combina versos de
medida fluctuante insertos en un esquema métrico heredado, apertura del verso
libre mezclada con la sonoridad de ritmos tradicionales; y ese modo de hacer
estallar el cristal de la imagen tradicional y reunir sus fragmentos en
constelaciones significativas nuevas, extrañas: como un calidoscopio infernal,
lírico cambalache que al yirar y yirar descubre y proyecta el paisaje desolado
de la multitud.
* Encuentro de poetas coordinado por la escritora española Concha
García.
**En esta mesa participaron: Neus Aguado (Barcelona,
España), Teresa Arijón (Buenos Aires, Argentina), María del Carmen Colombo
(Buenos Aires, Argentina) y María Eloy García (Málaga, España), Manuela
Fingueret (Argentina) y Concha García.
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