domingo, 31 de mayo de 2015

Poemas de La edad necesaria (nueva versión)


***

En qué rueca la voz trama su tejido para que la
           expulsada sea una llama de leche
una virgen purísima saliendo  de su llave


En qué mundo los dijes comienzan a sonar
        al ritmo de tu aliento o al soplo del espíritu
En qué lugar el tiempo se transforma en espacio
          donde el grito ha dejado su plumaje de cóndor


En qué jardín entierro los silencios, en qué
          cielo levanto las palabras
Desde dónde te llamo.

 ***


Las aguas cubren  tu ajuar
                            con un rostro de arena

solo horada este cielo derramado en las sombras
                        una pequeña nave

como piedra lanzada   yo me morí
en la aldea de tu mano

 ***

Echa las velas
           púrpuras como lazos de seda

Alguien duerme
cuando el otoño es una mejilla húmeda y el
              viento tu canción


La muerte siempre amanece en el primer lugar


Detrás del miedo el mundo es sangre seca, la
              edad en ruinas  
mi perdida estación     
***

 Donde el silencio llega como lengua de piedra
           caídas  precipicios  guardo
la soga que ha colgado a mi corazón
          en medio de la calle

Desnudo este pañuelo cubriendo mi ceguera
           así lo guardo
y a despecho del dolor el viento eriza
       la palabra perdida  la palabra gastada
la palabra

 * La edad necesaria (1978, Ed. Buenos Aires Sur). La nueva versión corregida y aumentada de este libro será subida en la sección de Ibook, de la página dirigida por Ramón Fanelli y Marion Berguenfeld.

sábado, 24 de enero de 2015

Érika Martínez Cabrera: La familia china, de María del Carmen Colombo: Poema 3, lo pequeño se afila (Tercera Parte)


A continuación, transcribimos otro de los capítulos del ensayo Carnaval negro: Veinte poetas argentinas de los años 80, (págs. 493 a 496), dedicado al libro La familia china, de la poeta María del Carmen Colombo. El texto corresponde a la tesis doctoral de la docente e investigadora española Erika Martínez Cabrera* (dirigida por el doctor Álvaro Salvador Jofré), de la Universidad de Granada, Facultad de Filosofía y Letras del Depto. de Literatura Española. 


Todas las noches, la madre china pone su mente adentro de una copita quieta. La llena con sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade, la copita, y parece un párpado vaciado por la punta de una vara de bambú. Puede ser también un pájaro mudo que se sostiene en una sola pata de gallo.
La mente maternal imita el salto de los equilibristas, esos que tiran el alma por el aire y cae, hecha un bollito, en las aguas secas del vacío.
A la mañana, la mente china sale lívida del párpado, como un pez o un ánima que ha vagado por los vericuetos del limbo.
(Poema del libro La familia china de María del Carmen Colombo)


La copita, el alfiler, los diminutos pensamientos, el bollito, la punta de la vara de bambú, forman parte de ese inmenso campo semántico que es lo pequeño. Lo pequeño extiende sus significaciones por todo el libro, convirtiéndose en el mayor indicativo de la orientalidad, tal como la concibe la imaginación occidental. Las mujeres de La familia china son pequeñas, como lo son los objetos que las rodean, y son delicadas y exquisitas. El estereotipo, sin embargo, no se deja atrapar. Un intruso siniestro atraviesa la memoria del poema: lo pequeño es afilado, hiere, tortura y mata. La vara de bambú pincha y vacía el ojo de la madre pequeña. Sobre el ojo que le queda (“en una sola pata de gallo”) se sostiene un pájaro mudo, un testigo que no puede hablar.
La memoria silenciada de la madre y su mirada herida son las de todo una discursividad social alterada por la dictadura (330). Pero a pesar de la imposibilidad de ver, a pesar de la imposibilidad de decir, la madre china de Colombo recuerda mientras fantasea “todas las noches”. En el segundo párrafo del poema, por obra y gracia de lo que hemos llamado naif siniestro, un equilibrista circense se transmuta en pleno salto en un cuerpo que cae en el vacío, quizás en el Río de la Plata. ¿Piensa la madre en los desaparecidos? Su regresar “lívida” de la ensoñación así parece indicarlo. Regresa como del limbo, ese lugar en el que vagan treinta mil cuerpos sin rumbo, pero también ese lugar donde el cielo perfecto del orientalismo se rompe en mil pedazos. Debajo del nácar chinesco pujan por salir los rostros humanos de La familia. La ironía se ceba en las grietas. Así, “es de jade, la copita” como “son chinas las tres chicas”. La torsión sintáctica que realiza Colombo permite que la estilización paródica no pase desapercibida, poniendo el acento en el tópico, sirviéndonoslo en bandeja.
Si las metáforas visuales de lo poético habían caracterizado los dos anteriores poemas, en este el ojo es el protagonista. Un ojo que progresivamente se nos presenta como cansado y cargado de memoria, con patas de gallo, con ajeras. María del Carmen Colombo se apropia, en este punto, del carácter marcadamente visual de la literatura china (331) y recicla sus connotaciones ideológicas aproximándolo a la realidad histórica argentina. Para que la restitución de la memoria sea posible, decir y ver, escribir y dibujar, deben ser la misma cosa.
En realidad, el desarrollo de la dimensión visual de la poesía (en un sentido metafórico pero también estrictamente plástico) es una constante en la lírica argentina de las dos últimas décadas, que puede explicarse en parte por la influencia del concretismo brasileño (332). El trabajo con el poema como objeto plástico se concreta en multitud de libros en un trabajo con los encabalgamientos, los versos quebrados y la distribución de las palabras en la página. Así ocurría en el anterior, segundo libro de Colombo, Blues del amasijo (1985). La familia china (1999), por su parte, elabora estampas marcadamente pictóricas y luego las convierte en escenarios, acentuando su posible teatralidad. Escribir es en estos poemas sanar la mirada, hacer posible la visión, no en un plano sensitivo (donde se quedan la mayoría de los caligramas) sino más allá, donde habita la memoria. Cada poema de Colombo es un ojo y, al mismo tiempo, lo que mira (333).
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Notas
330) Para recordar las consecuencias discursivas del llamado Proceso de Reorganización Nacional, volver al epígrafe 3.1.de este trabajo.
331) La plasticidad de la literatura china comienza en los propios caracteres. Como explica Delinque Eleta, “con el término carácter se designan los diferentes signos (independientemente de su composición o complejidad) con los que se plasma la escritura china: los caracteres son signos evolucionados a partir de dibujos simplificados, sin función sintáctica determinada en los que se ´vierten´ las categorías sintácticas tal como las conocemos en las lenguas indoeuropeas (2005, 139).
332) Ver Capítulo 2, epígrafe 2.3.2.1.
333) Imágenes construidas sobre este principio abundan, por ejemplo, en la tradición lírica japonesa, en el Manyoshu (759 d.C) o en el Ise Monogatari (aprox. 950 d.C). Si lo traemos a colación, es porque Colombo combina indistintamente las referencias chinas, japonesas y coreanas. Considerar las posibles resonancias de algunas fuentes elementales de las literaturas del Extremo Oriente nos ayudará a profundizar en su propuesta.

*Erika Martínez Cabrera es docente e investigadora de la Universidad de Granada. Entre sus diversos trabajos se encuentran: “La narrativa breve de Silvina Ocampo”, “Dos ventanas, una luz: la prosa de Sor Juana y Santa Teresa de Jesús; “El ser invisible. Poesía argentina de los años 80, escrita por mujeres”.

**María del Carmen Colombo nació en 1950 en Buenos Aires. Ha publicado: La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992, reedit. 1998); La muda encarnación (1993, reedit. 2006) y La familia china (1999, reedit. 2006); además publicó Santo y Seña (publicación conjunta, 1984) y Folletín (Plaquetas del Herrero, 1998). Tiene un libro inédito: Bestiario sentimental. Ha recibido, en otros, el Primer Gran Premio de Poesía V Centenario (1992) y Mención Especial del Premio Nacional de Poesía, Producción 1996-1999 (2005). Integra antologías de poetas argentinos editadas en el país y en el extranjero -la más reciente Puentes/Pontes (Fondo de Cultura Económica, 2003)-. Colabora en diarios y revistas. Integra el Consejo Editor de Hilos Editora.Desde 1980 coordina talleres literarios.

miércoles, 9 de julio de 2014

martes, 1 de julio de 2014

Adiós en el 74

Este poema lo escribí el mismo día de la muerte de Perón, bajo la lluvia, sentada en un umbral. Leónidas Lamborghini, a quien no conocía en ese tiempo (tampoco recuerdo cómo llegó a sus manos el poema), lo publicó en un diario de la época, con comentario y anunciando la salida del libro, que nunca edité, en donde se encontraba incluido este texto.
 


Para creer que te fuiste
me bajé de mí hasta nosotros
compañera la lluvia
compañero el silencio
y fui atando miles de pañuelos
al cordón umbilical de tu recuerdo
con el sentido de las caras mojadas
y la revelación
abrazando toda la calle pueblo entrecortada
por mil avenidas pueblo
horas de verte el rostro Buenos Aires
entre los puños tiesos de un obrero
y una lágrima casi suicidándose
en el perfil solemne de un rulero
batón de ama de casa húmedo
húmedas zapatillas
bajando del ombligo de las villas
esas pecas que gritaron tu nombre un 17
al ritmo de esta espera feroz
julio primero después soltó las lágrimas
y juntando retazos de lecciones pasadas
en una patria dolorida
políticamente vos
tu nombre duele
económico adiós y para siempre
Y a dios bajaste
Para nosotros, nada mejor que
cada uno de nosotros
construyéndote aún entre los cánticos
con un bombo de nada un vacío tan hueco
y esa preciosa música la última
la única inevitable.

María del Carmen Colombo

jueves, 19 de junio de 2014

Viernes Santo



I

Yo no digo que vengas.


Digo que me lleves por un lado del corazón
         adonde tu jardín murmura la bruma tabacal
del otoño


Abril es hoy y toso en el viejo vestido amatorio
          de las estaciones
como una hembra en desuso. Y caigo a veces
porque me pesa en sangre  lo que deseo


Por eso dejo mi nombre en esta carta
para que me rescates de los sueños perdidos.



II

Echa las velas
            púrpuras sobre el lazo de seda

Alguien duerme
cuando el otoño es una mejilla húmeda y el
            viento tu canción

La muerte siempre amanece en el primer lugar

Detrás del miedo el mundo es sangre seca, la
            edad en ruinas
mi perdida estación


III


En qué rueca la voz arma su tejido para que la
          expulsada sea una llama de leche
una novia vacía con los ojos de arena saliendo
          de su llave

En qué mundo los dijes empiezan a sonar
En qué lugar la arcilla se transforma en espacio
          donde el grito ha dejado su plumaje de cóndor

En qué jardín entierro los silencios, en qué
         cielo levanto las palabras
Desde dónde te llamo.


IV


Las aguas cubren nuestra tierra con
un rostro de arena

sólo horada este cielo derramado en las sombras
                              una pequeña nave

como piedra lanzada yo me morí
en la aldea de tu mano





 V

Donde el silencio llega como lengua de piedra
                              caídas precipicios guardo
la soga que ha colgado a mi corazón
en medio de la calle

Desnudo este pañuelo cubriendo mi ceguera
                          así lo guardo
Y a despecho del dolor el viento eriza
                     la palabra perdida       la palabra gastada
la palabra


*Del primer libro editado La edad necesaria /Ed. Buenos Aires Sur, 1978.

jueves, 8 de mayo de 2014

Vacas tristes entre la duda y la verdad*





Por María del Carmen Colombo


Entrar a la gran literatura, como Anastasio el Pollo al teatro Colón.
L. L.


Este es el sueño que soñé despierta, el invento que en realidad me apareció releyendo los escritos de un sabio guitarrero que afirmaba --que afirma--, llamarse Juan, Juan Gelman (1).
Iba yo como voy, boleada casi siempre, por la pampa de papel cuando de pronto encontré una leyenda que me llegó, digamos, que me rayó, como si en realidad la uña del mencionado rasgador de cuerdas me hiciera sonar el corazón. Cuando quise acordarme me di cuenta: versos eran y parte de una dedicación casi rimada, hechos a una difunta, reina mentada, musa inspiradora ELLA, Alejandra (2). Ave cantora, después supe, que como un pajarito había volado, huido a los misterios del desierto. Si el mareo me deja, quisiera recordar esas estrofas, decían más o menos así:

Oh eternidades débiles perdidas para siempre
y vacas tristes entre la duda y la verdad
y sedas y delicias de la sombra
mejor hagamos un mundo para que alejandra
se quede...(3)

Abatatada por el sonido de las cuerdas de lana del pampero, fijé mi atenta distracción en esos animales que Juan el guitarrero así nombraba: “vacas tristes entre la duda y la verdad”. Como reconocer, reconocía haber visto muchas pero muchas vacas…, pero de éstas ninguna, claro… (era mala consejera la ignorancia mía, el corazón rasgado ya me lo decía). Entonces decidí preguntarle a un tal Don Federico, alias el matadiós porque había matado a su tatita, según se decía, con el filo de su afilosofado facón, él mesmo. Y buscando lo encontré en un rincón de su almacén de brebajes antiguos. Yo le mostré la letra y él me dijo: “ha dado usted con el hombre indicado” y, como un adivino encantado por los versos, agregó: “yo veo una mujer en esa vaca, porque recuerde –prosiguió-- que como yo mismo he dicho hace un montón ‘la mujer sigue siendo gato o pájaro o, en el mejor caso, vaca’ (4). No se lo tome a mal --se disculpó el viejo Federico-- pero este pensamiento mama del manantial que mi cuchillo hizo brotar en otras épocas. Saque --me dijo-- su pata de la letra y vuelque en su imaginación otra ginebra”.
Yo ya me desbordaba y empecé casi a delirar, seguí escuchando: “... esas vacas que pastan en la pampa de papel son las Consoladoras de la Soledad y viven tristes porque siempre una pérdida las pone así. De tal forma que penan infinitamente: aléjese son vacas perdedoras. Por eso están tumbadas, depremidas, tiradas en la seda del pasto, y quien se atreva a ordeñarlas no beberá la caña o la ginebra con que los varones como yo acostumbran a enyenarse el garguero, sino la dulce leche femenina de sus ubres”.
Y después como si esto fuera poco me espetó con desprecio: “es el lenguaje de la falta fatal, de la falla, mi'hijita, que cava y cava hasta vaciarlo todo”. Y después de lo dicho el viejo Federico se esfumó, como un fantasma.
O fui yo que me rajé del almacén del matadiós, más rayada que nunca. Una tormenta que me atormentaba llovía adentro de mi mente: como una catarata de recuerdos lo que había olvidado retornaba: eran definiciones de la infancia, las leídas en un viejo diccionario pampeano: vaca, hembra del toro; y vacante, vacío; y bacante con la b de labios suavizados: prienda movida por la pasión o la mamúa de transportes desordenados; vacante: abandonado, hueco, vacío.
Un sudor femenino empapaba mi cuerpo: era de furia, de furor ancestral, acaso el que me recordaba a mí misma, vagando por los laberintos del rancho de la mente, rumiando, masticando como vaca y, por qué no decirlo, llorando mi aflicción. Para calmarme, como se calma una, me tumbé como buena vacuna en la delicia de la sombra que un árbol me daba. Un vacío me vaciaba el alma, un vacío vacuno que yo había mamado, me di cuenta, en las ubres de la madre mía.
Las palabras de Juan el guitarrero me tocaban como tocan, como señalan los punteros con su dedo largo, largo de padre occidental, un error, una falta, un no tener, y obligan a vivir, entonces, en la culpa de lo que no se tiene.
No era nada inocente el sabio verseador cuando, sin darse cuenta, tildó de femenino a ese pensamiento.
Ya totalmente enloquecida, y entrampada en las garras de esta ficción, yo me golpeaba el pecho repitiendo: yo la vaca, yo la vaca, como un signo yovaca de identidad. Y de tanto repetir, una jerga rabiosa me babeaba la boca, una jerga al revés. Era la jeringonza de los desesperados que, perdidos en su infinita pena de perder, dan vuelta las palabras, prendidos a la alelada jerga del lunfardo.
Pero por fin desperté: una entripada realidad carnicera cortaba en picadillo la mañana, y en el rancho de al lado alguien cantaba unos versos vacunos que anoté y que decían:
Mi patria es este revés /porque me siento fallada /destino de condenada /tratar siempre de zurcir /falla detrás de otra falla. //Yo me trato de cubrir/rebozo de mis palabras/tapando lo que me falta /lo que falta me hace a mí. //No sea que al descubierto /quede tanta imperfección /y venga con su ficción/algún varón de la patria /a rasgarme el corazón /como cuerda de guitarra / y me haga sonar… "
Y no hay vuelta que darle, ni despierta se sale fácil de esta ficción. Y sobretodo si “Oh eternidades, débiles, vacunas y vacías…, yo las amo” (5).

* Esta nota fue publicada en la Revista Feminaria, del mes de agosto de 1991, pp. 7 y 8.

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(1) Gelman Juan, poeta argentino(Buenos Aires, 1930). Reside actualmente en México.
(2) Pizarnik, Alejandra, poeta argentina (Buenos Aires, 1936-1972).
(3) Fragmento del poema "Proposiciones" de Juan Gelman, incluido en su libro Relaciones (1973).
(4) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.
(5) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.