miércoles, 9 de julio de 2014

martes, 1 de julio de 2014

Adiós en el 74

Este poema lo escribí el mismo día de la muerte de Perón, bajo la lluvia, sentada en un umbral. Leónidas Lamborghini, a quien no conocía en ese tiempo (tampoco recuerdo cómo llegó a sus manos el poema), lo publicó en un diario de la época, con comentario y anunciando la salida del libro, que nunca edité, en donde se encontraba incluido este texto.
 


Para creer que te fuiste
me bajé de mí hasta nosotros
compañera la lluvia
compañero el silencio
y fui atando miles de pañuelos
al cordón umbilical de tu recuerdo
con el sentido de las caras mojadas
y la revelación
abrazando toda la calle pueblo entrecortada
por mil avenidas pueblo
horas de verte el rostro Buenos Aires
entre los puños tiesos de un obrero
y una lágrima casi suicidándose
en el perfil solemne de un rulero
batón de ama de casa húmedo
húmedas zapatillas
bajando del ombligo de las villas
esas pecas que gritaron tu nombre un 17
al ritmo de esta espera feroz
julio primero después soltó las lágrimas
y juntando retazos de lecciones pasadas
en una patria dolorida
políticamente vos
tu nombre duele
económico adiós y para siempre
Y a dios bajaste
Para nosotros, nada mejor que
cada uno de nosotros
construyéndote aún entre los cánticos
con un bombo de nada un vacío tan hueco
y esa preciosa música la última
la única inevitable.

María del Carmen Colombo

jueves, 19 de junio de 2014

Viernes Santo



I

Yo no digo que vengas.


Digo que me lleves por un lado del corazón
         adonde tu jardín murmura la bruma tabacal
del otoño


Abril es hoy y toso en el viejo vestido amatorio
          de las estaciones
como una hembra en desuso. Y caigo a veces
porque me pesa en sangre  lo que deseo


Por eso dejo mi nombre en esta carta
para que me rescates de los sueños perdidos.



II

Echa las velas
            púrpuras sobre el lazo de seda

Alguien duerme
cuando el otoño es una mejilla húmeda y el
            viento tu canción

La muerte siempre amanece en el primer lugar

Detrás del miedo el mundo es sangre seca, la
            edad en ruinas
mi perdida estación


III


En qué rueca la voz arma su tejido para que la
          expulsada sea una llama de leche
una novia vacía con los ojos de arena saliendo
          de su llave

En qué mundo los dijes empiezan a sonar
En qué lugar la arcilla se transforma en espacio
          donde el grito ha dejado su plumaje de cóndor

En qué jardín entierro los silencios, en qué
         cielo levanto las palabras
Desde dónde te llamo.


IV


Las aguas cubren nuestra tierra con
un rostro de arena

sólo horada este cielo derramado en las sombras
                              una pequeña nave

como piedra lanzada yo me morí
en la aldea de tu mano





 V

Donde el silencio llega como lengua de piedra
                              caídas precipicios guardo
la soga que ha colgado a mi corazón
en medio de la calle

Desnudo este pañuelo cubriendo mi ceguera
                          así lo guardo
Y a despecho del dolor el viento eriza
                     la palabra perdida       la palabra gastada
la palabra


*Del primer libro editado La edad necesaria /Ed. Buenos Aires Sur, 1978.

jueves, 8 de mayo de 2014

Vacas tristes entre la duda y la verdad*





Por María del Carmen Colombo


Entrar a la gran literatura, como Anastasio el Pollo al teatro Colón.
L. L.


Este es el sueño que soñé despierta, el invento que en realidad me apareció releyendo los escritos de un sabio guitarrero que afirmaba --que afirma--, llamarse Juan, Juan Gelman (1).
Iba yo como voy, boleada casi siempre, por la pampa de papel cuando de pronto encontré una leyenda que me llegó, digamos, que me rayó, como si en realidad la uña del mencionado rasgador de cuerdas me hiciera sonar el corazón. Cuando quise acordarme me di cuenta: versos eran y parte de una dedicación casi rimada, hechos a una difunta, reina mentada, musa inspiradora ELLA, Alejandra (2). Ave cantora, después supe, que como un pajarito había volado, huido a los misterios del desierto. Si el mareo me deja, quisiera recordar esas estrofas, decían más o menos así:

Oh eternidades débiles perdidas para siempre
y vacas tristes entre la duda y la verdad
y sedas y delicias de la sombra
mejor hagamos un mundo para que alejandra
se quede...(3)

Abatatada por el sonido de las cuerdas de lana del pampero, fijé mi atenta distracción en esos animales que Juan el guitarrero así nombraba: “vacas tristes entre la duda y la verdad”. Como reconocer, reconocía haber visto muchas pero muchas vacas…, pero de éstas ninguna, claro… (era mala consejera la ignorancia mía, el corazón rasgado ya me lo decía). Entonces decidí preguntarle a un tal Don Federico, alias el matadiós porque había matado a su tatita, según se decía, con el filo de su afilosofado facón, él mesmo. Y buscando lo encontré en un rincón de su almacén de brebajes antiguos. Yo le mostré la letra y él me dijo: “ha dado usted con el hombre indicado” y, como un adivino encantado por los versos, agregó: “yo veo una mujer en esa vaca, porque recuerde –prosiguió-- que como yo mismo he dicho hace un montón ‘la mujer sigue siendo gato o pájaro o, en el mejor caso, vaca’ (4). No se lo tome a mal --se disculpó el viejo Federico-- pero este pensamiento mama del manantial que mi cuchillo hizo brotar en otras épocas. Saque --me dijo-- su pata de la letra y vuelque en su imaginación otra ginebra”.
Yo ya me desbordaba y empecé casi a delirar, seguí escuchando: “... esas vacas que pastan en la pampa de papel son las Consoladoras de la Soledad y viven tristes porque siempre una pérdida las pone así. De tal forma que penan infinitamente: aléjese son vacas perdedoras. Por eso están tumbadas, depremidas, tiradas en la seda del pasto, y quien se atreva a ordeñarlas no beberá la caña o la ginebra con que los varones como yo acostumbran a enyenarse el garguero, sino la dulce leche femenina de sus ubres”.
Y después como si esto fuera poco me espetó con desprecio: “es el lenguaje de la falta fatal, de la falla, mi'hijita, que cava y cava hasta vaciarlo todo”. Y después de lo dicho el viejo Federico se esfumó, como un fantasma.
O fui yo que me rajé del almacén del matadiós, más rayada que nunca. Una tormenta que me atormentaba llovía adentro de mi mente: como una catarata de recuerdos lo que había olvidado retornaba: eran definiciones de la infancia, las leídas en un viejo diccionario pampeano: vaca, hembra del toro; y vacante, vacío; y bacante con la b de labios suavizados: prienda movida por la pasión o la mamúa de transportes desordenados; vacante: abandonado, hueco, vacío.
Un sudor femenino empapaba mi cuerpo: era de furia, de furor ancestral, acaso el que me recordaba a mí misma, vagando por los laberintos del rancho de la mente, rumiando, masticando como vaca y, por qué no decirlo, llorando mi aflicción. Para calmarme, como se calma una, me tumbé como buena vacuna en la delicia de la sombra que un árbol me daba. Un vacío me vaciaba el alma, un vacío vacuno que yo había mamado, me di cuenta, en las ubres de la madre mía.
Las palabras de Juan el guitarrero me tocaban como tocan, como señalan los punteros con su dedo largo, largo de padre occidental, un error, una falta, un no tener, y obligan a vivir, entonces, en la culpa de lo que no se tiene.
No era nada inocente el sabio verseador cuando, sin darse cuenta, tildó de femenino a ese pensamiento.
Ya totalmente enloquecida, y entrampada en las garras de esta ficción, yo me golpeaba el pecho repitiendo: yo la vaca, yo la vaca, como un signo yovaca de identidad. Y de tanto repetir, una jerga rabiosa me babeaba la boca, una jerga al revés. Era la jeringonza de los desesperados que, perdidos en su infinita pena de perder, dan vuelta las palabras, prendidos a la alelada jerga del lunfardo.
Pero por fin desperté: una entripada realidad carnicera cortaba en picadillo la mañana, y en el rancho de al lado alguien cantaba unos versos vacunos que anoté y que decían:
Mi patria es este revés /porque me siento fallada /destino de condenada /tratar siempre de zurcir /falla detrás de otra falla. //Yo me trato de cubrir/rebozo de mis palabras/tapando lo que me falta /lo que falta me hace a mí. //No sea que al descubierto /quede tanta imperfección /y venga con su ficción/algún varón de la patria /a rasgarme el corazón /como cuerda de guitarra / y me haga sonar… "
Y no hay vuelta que darle, ni despierta se sale fácil de esta ficción. Y sobretodo si “Oh eternidades, débiles, vacunas y vacías…, yo las amo” (5).

* Esta nota fue publicada en la Revista Feminaria, del mes de agosto de 1991, pp. 7 y 8.

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(1) Gelman Juan, poeta argentino(Buenos Aires, 1930). Reside actualmente en México.
(2) Pizarnik, Alejandra, poeta argentina (Buenos Aires, 1936-1972).
(3) Fragmento del poema "Proposiciones" de Juan Gelman, incluido en su libro Relaciones (1973).
(4) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.
(5) F. Nietzche: Así hablaba Zaratustra.

lunes, 5 de mayo de 2014

Músicas de acá y de allá, influencias entre la literatura española y argentina**



El texto que se transcribe a continuación corresponde a la ponencia leída en ocasión del encuentro de poetas argentinas y españolas, realizado en el mes de agosto de 2006, en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA, Florida 943).


Por María del Carmen Colombo

“En la resonancia –dice Bachelard— oímos el poema, en la repercusión, lo hablamos, es nuestro”: sonidos que fluyen hacia nosotros, que identificamos oyéndolos en otra voz, tonos y ritmos, música que institivamente reconocemos: in-fluencia, entonces, ese modo de encuentro.
Así entendido el significado de esta palabra, puedo decir respecto de los poetas españoles, que son muchos los que me han conmovido: entre los clásicos, por ejemplo, Quevedo; más cerca, Juan Ramón Jiménez, y de la generación de la posguerra, Gloria Fuertes, Blas de Otero, Angel González, Cernuda también. Pero como in-fluencia, en el sentido que doy a esta palabra, identifico claramente dos: una, temprana y entrañable, proveniente del registro oral, relacionada con los poetas populares españoles que cantaron en lengua gallega, y otra, mucho más tardía, derivada de la lengua escrita, la del poeta García Lorca, el Lorca de Poeta en Nueva York.
En cuanto a la primera, fue la voz de mi madre que me acercó desde las dulces cántigas de cuna ("durme meu menina durme/ durme se queres durmir") y las graciosas cadencias de las coplas ("vexo Cangas, vexo Vigo/, tamén vexo Redondela/, vexo a Ponte de Sampaio/, camiño da nosa terra"), hasta los punzantes acentos, irónicos, burlones, del cancionero popular de Galicia ("vaite lavar, porcona/ vaite lavar/ se non che chega o río/ tirate o mar").
Canción que calma pero al mismo tiempo hiere, decir que sueña pero también despierta, el canto de mi madre evocaba así, en aquellos días de mi infancia, los intensos contrastes de un paisaje lejano –ternura de vergel, aspereza de la piedra--, el que habitaron sus antepasados, campesinos pobres de Pontevedra retomando, sobre todo, los tonos de lamento y desafío de esa provincia “humillada” de España, según palabras de mi abuela materna; y que alguna vez descubrí, también por obra de mi madre, en la voz de otra mujer y poeta, Rosalía de Castro, ("Castellanos, castellanos,/ tratad bien a los gallegos/ cuando van, van como rosas, /cuando vuelven, como negros").
En aquellos tiempos, digo, cuando gracias a “un entender no entendiendo” mis oídos, directamente, a través de esa musicalidad, asimilaban no sólo el sentido literal de las palabras, imaginaban además, ese otro sentido, que cava profundo en la memoria --avatares de la historia de una región, de los pensamientos y sentimientos de un pueblo, de sus supersticiones y arcaicas creencias--. “El problema de uno, padecido por muchos”, al decir de Enrique Santos Discépolo: vivencias de antiguas exclusiones y sometimientos --linguísticos, culturales, sociales— que la experiencia --exilio y desarraigo-- de la inmigración al Río de la Plata actualizó en aquellos argentinos “esforzados”, integrantes de la “plebe ultramarina” de la que hablaba Lugones, y que poblaban los suburbios del Río de la Plata. Nostalgiosos y melancólicos por todo lo perdido, acomplejados ante la lengua y la cultura, y rebeldes, también, e impregnados de un orgulloso resentimiento regional, que se sintieron representados, como mi abuela y mi madre, por el sentimentalismo romántico de Le Pera –"sus ojos se cerraron/ y el mundo sigue andando"— y el amargo reflexionar de Discepolín, en cuyos versos escucharon repicar los acordes de un Garcilazo: "Fiera vengaza la del tiempo/ que le hace ver deshecho lo que uno amó".
Creo a esta altura que el vaivén rítmico de la canción materna, signó oscura y contradictoriamente la orientación de mi escritura hacia el paisaje de la ciudad de Buenos Aires, el habla de su gente, la lengua coloquial, y sobre todo la canción popular –en un amasijo que incorpora los sones del gauchesco y del tango, del rock y de la cumbia fusionados con la lengua literaria--.
Mucho tiempo después, y justamente mientras escribía los textos de mi segundo libro Blues del amasijo, esa búsqueda me condujo hacia el Lorca de Poeta en Nueva York. En realidad, en esa lectura apasionada que hice de sus textos lo que me conmovió fue la capacidad del poeta de fusionar magistralmente la lírica popular con los recursos de la vanguardia: esa música proveniente de una versificación que combina versos de medida fluctuante insertos en un esquema métrico heredado, apertura del verso libre mezclada con la sonoridad de ritmos tradicionales; y ese modo de hacer estallar el cristal de la imagen tradicional y reunir sus fragmentos en constelaciones significativas nuevas, extrañas: como un calidoscopio infernal, lírico cambalache que al yirar y yirar descubre y proyecta el paisaje desolado de la multitud.

* Encuentro de poetas coordinado por la escritora española Concha García.
**En esta mesa participaron: Neus Aguado (Barcelona, España), Teresa Arijón (Buenos Aires, Argentina), María del Carmen Colombo (Buenos Aires, Argentina) y María Eloy García (Málaga, España), Manuela Fingueret (Argentina) y Concha García.